Con una mano mirando al cielo.

Anoche caminaba por una conocida calle de Valencia pensando en mis asuntos cuando llamó mi atención la figura de un hombre en cuclillas con la cabeza agachada , una mano cubriendole los ojos y parte de la frente,mientras la otra extendida con la palma abierta hacia el cielo. Estaba situado de espaldas a la pared de un bajo contiguo a un restaurante chino, los focos brillantes de la entrada del local lo iluminaban descarnadamente destacando mucho más su cuerpo entre la entreluz anaranjada de las farolas. Debia de tener unos cincuenta años, era delgado pero no huesudo, apenas le quedaba cabello y el que resistía era corto, en algun tiempo rizado y de un blanco grisaceo. Por su indumentaria cualquiera diría que podría ser un padre de familia que acaba de salir del trabajo, quiza lo fuese o lo fue en algún momento de su vida, pero desde luego no era aquella la imagen de alguien que espera llegar a casa para encontrar un hogar feliz. Su postura y el lugar en el que se encontraba, muy al contrario de lo que cabría esperar, daban la sensación de, como si de pronto, desesperado por una ruina inminente o presente y sin ninguna salida posible viese como último recurso el suplicar un poco de caridad a los demás y aquel sitio le hubiese parecido tan bueno como cualquier otro para cambiar su orgullo por unas monedas. Aunque de por si la escena era dramática la punzada de la conciencia aumento cuando mientras me acercaba al lugar se formo en mi mente la estampa que tantas veces hemos visto por televisión cuando aparecen niños africanos completamente desnutridos agachados formando un circulo cerrado donde las moscas, los parasitos y la muerte tienen buffet libre. El parecido helaba la sangre. Llegaba a la altura donde se encontraba cuando vi algo que hizo que me decidiera a darle limosna (puedo contar con una mano las ocasiones en las que doy); el ver que bajo aquella mano morena que cubría su cara, la boca de aquel hombre que mostraba un gesto de angustía mal contenido, con los dientes apretados, daba la sensación de querer gritar y llorar maldiciendor a la vida o deshacerse en llantos en cualquier momento. No os sabría decir por que, tal vez me equivocase, pero aquel gesto casi oculto a la mirada de los transeuntes delataba que su dueño no hacía aquello por comodidad y mucho menos por gusto. Ese hombre no mostraba la indiferencia o la resignación que se puede leer en las miradas de muchos de los mendigos que viven en nuestras ciudades. Aquel ser humano estaba pasando por una experiencia horrible que estaba destrozandolo por dentro.

Se que no se arregla nada con una pequeña limosna, que al fin y al cabo es un favor para mi conciencia y no para él pero quiero pensar que de algún modo le hice un poco menos desgraciado con lo poco que le di, que no era nada para mi y puede que en algo le ayude... y sin embargo cuanto más lo pienso peor me siento y juro que seguí caminando hasta mi destino pensando en la forma de evitar que alguien tuviese que llegar a esa situación y siempre llego a lo mismo, todas las ideas se estrellan contra la misma verdad omnipresente: este mundo es una mierda, un gran acuario lleno de agua estancada donde el canibalismo es la norma y el que no mata muere en poco tiempo, el debil acaba pereciendo y al que peor le va, más tratan de hundirle. La cuchillada por la espalda es deporte nacional y tanto da la condición social como el cotexto en el que te muevas. Siempre tendrás a alguien ahi para pisarte la cabeza, para pasar por encima de ti o apartarte de su camino. ¿quien puede cambiar eso? yo creo que nadie, mi única esperanza es hacer las cosas lo mejor que se sin perjudicar a los que están a mi alrededor y esperar que los demás hagan lo propio. Posiblemente sea aun demasiado ingenuo, aun soy joven.

¿Pesimista? Optimista con experiencia.



Cuidaos, si no lo haceis por vosotros mismos nadie lo hará.